Bossanova de Tacuarembó I.

jueves

Entré porque me llamó la proyección de la luz del sol que de refilón entraba por la ventana acompañada de sillas de mimbre. Caminando un poco mis pies supieron llegar hasta ahí y me ordenaron detener el paso cuando el cráneo terminó de procesar lo que había visto para cuando estaba a la altura de la puerta. Así que me mandé.

El piso era colorado, como si fuera adobe derretido y hecho parquet. Era el patio de una casa hecho café. No sólo las sillas, sino también las mesas eran de mimbre con cómodos almohadones para las posaderas. El día acompañaba con cada guiño que tiraba.

No era cuestión de ingresar, sino de meterse. 'Entrar' era uno de esos términos medios que nunca me gustaron, así que me metí hasta el fondo. Y al pasar leí: '‘La llamaron ‘la historia más difícil de contar’. Aunque…’' Como no detuve el paso, no supe qué más decía, por el momento. Lo decía al papel una que estaba sentada escribiendo como si vomitara palabras. Pero entre la mesera y unos perros que se trenzaron afuera supieron distraerme lo suficiente como para que me olvide de ella cinco minutos.

Tenía pensado pasarme el rato ahí, así que arranqué con un poco de gaseosa transparente on the rocks. Lo suficientemente refrescante como para despejar el marulo y contemplar lo que se venía.

Cuando natura llamó, y dejé el libro de M.K. sobre la carpetita de la mesa, me acordé de la que escribía en espasmos. Y seguía igual. Parecía que a cada trazo conseguía una visa al respiro, y por ende, a seguir viviendo. Aunque fuera una vida de mierda escribir para poder respirar… Pero el yeite estaba en que en un segundo entendió que me había quedado mirándola entre algodones. Filó por sobre el pelo de la frente y ensayó la peor sonrisa de la historia. Incómoda y deshonesta. Sin maldad, pero con la clara visión estar siendo complaciente con lo que creía que yo quería ver de ella.
Hice como si nada, reaccioné y fui al baño. Y en él, me arrepentí de haber dejado el libro en la mesa…