Interludio

sábado

Le puso un broche al músculo para que no se le deshaga en las manos cuando escuchó que los dedos se cruzaban buscando por suerte donde tenía que haber seguridad. Buscó en el cielo qué imaginaba ella en la estrella que la cegó cuando le escapó a sus ojos con una sonrisa comida por sus labios. Para ella fue como un deseo tirado al tuntún. Para él… un rayo en el pecho que lo abrió al medio. Todo en un silencio.

Hablar esperando respuestas preprogramadas por el propio cerebro no es un síntoma de estar muy cuerdo. Sobre todo si se las espera de boca ajena.

Conocía su camino fuera. Era estrecho y seguía iluminado por el brillo de sus ojos que contenían el llanto a la distancia de un teléfono. No había sido un buen día. Y el horizonte no mejoraba sus expectativas cuando trató de sentarse en el cordón de la vereda a imaginar un par de boludeces. Pero sí entendió que cuando suenan dos violines que los tocan dos mulitas, es que suena Pappo’s Blues.

Male ego.

martes

Inmediatamente me levanté y fui al baño. Meé de parado, como un hombre… - Cada vez que me siento un nene trato de hacer algo que me recuerde la edad que tengo.- Miré de perfil en la mampara y ví que el pelo atado no me queda bien, y menos usar cinturón en un pantalón que de todas formas va a caerse. Entendí que pensar en voz alta era síntoma de vulnerabilidad, sacudí, guardé y volví a mi asiento.

Había una cerveza de hacía unos días en el piso. Y fue lo peor que me metí en la boca. Pero vino bien con el momento. Un sorbo no bastó, así que al tercero traté de liquidar la cuestión, como quien busca que su tiro sea el de gracia.

Fui dejando huellas blancas talle 45½ a lo largo de la alfombra roja, que terminaron haciendo una figura casi psicodélica parecida a un círculo (después me dirían que eso era un ‘mandala’).

Había escuchado que la tierra se rompía un poco. Y aunque la tormenta acompañaba con su show de luces, nada tenía que ver con el ruido de mi cabeza. Lo mío era terror. Con una sensación en el estómago parecida a la arcada, pero cargada de miedo-grueso-calibre. No entendía cómo llevar adelante las cosas si no era con colmos de intensidad, y un vértigo parecido al apuro porque no pase el tiempo. Porque si se paran los relojes es que la maqunaria no anda más. El paso de las horas es parte del curso normal del universo.

‘Algo aplasta mi cráneo. Algo que apenas puedo describir. No hay amor en la vida moderna.’

Escucho esa frase y salgo a la ventana gritando que me cago en lo que Morrisey piense del amor y los antibióticos. La lluvia sigue cayendo y un par de extraños miran para arriba desde la vereda de enfrente viéndome trepar al cuadro de la persiana y sentarme de perfil a ellos, aún con la botella en la mano. Hacen un gesto, y siguen su camino. Me quedo mirándolos irse y bajo hasta el no-balcón de la galería, en patas, sin remera y mojándome. El imán me tira, y reacciono antes de caer... Cuando los atropella el 86.

Un triple en el bocho.

lunes

Antes de la mitad de la noche se alteró la realidad. Algo succionó el ruido de su aire y lo despertó como de un tirón. Ya no había más oscuridad. El sol había cambiado su rostro por uno mejor.

El fotograma lo empujaba saliendo de un zaguán. Con la frente transpirada, pero limpia. Era época de tarareos porque no dejaba que se le escapen las melodías del cerebro.
Salía de El Rancho con media luz, camino a la diagonal. De ahí al cronopio de la pared que siempre le roba las miradas y donde se queda estudiando cada parte del stencil… ‘so I’m packing my bags for the misty mountains’… Es en todo lo que podía pensar cuando miraba al horizonte artificial entre las luces altas que vienen de frente. Imitaba todos los instrumentos en el aire y sus poses correspondientes. Parecía feliz.

El bondi agarró un pozo y le pegó la cabeza contra la ventanilla. Se había despertado.