Buenos Aires, histeria.

miércoles

Que la métrica no conforma. Que la rima es asonante. Que las quejas son constantes. Que si escribo es porque le duele. Que si le leo en voz alta, alardeo. Que si le corrijo a algún gil sus palabras zosas, soy un ciruela. Que si me callo, que no le digo (cuando le hago).

El árbol de enfrente de mi ventana parece un gran helecho de chalas meneándose al viento. Y no es alucinación. Hay tres meniques guardados. Y justo el viento merma, y la mecha de mi flahsfoward se prende un poco más, como para la última seca.

Que los recuerdos no mienten. Que los presentes lo hicieron. Que las ausencias siempre vuelven. Que su nombre no es sólo el nombre (sino el estado de ánimo). Que cómo hago para escribir con los ojos cerrados. Que para dónde voy cuando no miro al cruzar la calle. Que por qué paso por la vereda de su puerta acompañado. Que si su epitafio tiene mi firma. Que si le lloro las flores (al pie del pozo vacío).

Tengo un libro abandonado hace dos meses que me cruzo en todas las vidrieras. Me llama para que lo termine de una vez, haga borrón y cuenta nueva y así quebrar otro lomo de las ediciones de bolsillo que sólo entran en el morral.

Se hizo tarde. Me fui.

Cuento del tío III

lunes

Pasado el susto con el viejo volvíamos en el auto para casa. En teoría no había nada más grave que una pila de años en unos pulmones llenos de asma que colapsaron un ratito para hacernos acordar que todavía estamos vivos. Por eso, el tío sacó una historia con la muerte.

Estábamos en Brasil con el Gordo cuando decidimos salir a buscar un lugar donde parar. Nacional jugaba esa semana, pero como estábamos de licencia nos fuimos tres días antes del partido, y pensábamos volver dos días después. Así que entramos a caminar y caminar paralelo a la playa, y siguiendo a unas minas nos metimos en una de las calles interiores, donde nos topamos con varios carteles luminosos que indicaban que era zona de hoteles para viajantes.
En uno de ellos, la que para nosotros era ‘la vereda de enfrente’, había algo que no sabíamos si era un garoto o una garota. Mucha espalda, mucha altura, gemelos como si hubiese sido el centrojás del Flamengo en algún momento de su vida… Así que con nuestra homofobia al hombro, entramos al que estaba justo en frente. De mostrador, había una que había sido barra de bar de mala muerte, con una que podría haber sido la (mala) moza de ese bar de mala muerte: la No Muchacha de Ipanema.
Cuando preguntamos por una habitación compartida, nos miró medio con asco, medio con risa y nos dijo en portuñol – habiéndonos visto la cara de uruguayos – que esperáramos ahí sentados, que iría a buscar al encargado. Y era el grandote de enfrente. Confirmamos que era Él cuando se acercó a saludarnos efusivamente. Yo seguía incómodo, pero el Gordo parecía haber entrado en su salsa, sobre todo cuando le manoseó una teta al descaro que nos había antendido antes.
La cuestión es que empezamos a preguntar precios, y todo era barato. Nos dimos un banquete de desayuno y los mejores tratos de Rozinho que nos dio su mejor habitación, y nos despedía desde la recepción cada vez que salíamos para hacer algo. La noche anterior al partido, queríamos ver bien cómo era la noche, así que le pedimos recomendación. El Gordo esbozó un portugués bastante malo, pero se entendió bien con El encargado.
Nos mandó a un baile y dijo que iba a reservarnos la mejor mesa de todas. Así que ansiosos salimos para ahí nomás… Estaba lleno de negras preciosas. Una más grandota que la otra, y las que no, con toda la pinta de maniobrables. Pero la mesa era una mierda. Estábamos al fondo de todo, y nos miraban con cara de culo todos los chulos que andaban por ahí. Lo único decente era que a nombre de Rozinho teníamos algunas cervezas de regalo.
Surgió el baile, pasó el rato, y cuando estábamos por irnos, vino el intervalo. Y con él, todas las mininas para nuestra mesa. ¡Claro! Estábamos al lado del baño y con bebida gratis… No nos alcanzaban las manos. Las diecisiete horas de viaje habían valido la pena, el gusto horrible de la cerveza de Porto Alegre también… Pero la vuelta con la derrota iba a ser mortal.

El Gordo se cansó de tanto coger. Estuvo cuatro de las seis noches a puro metayponga. Para cuando estábamos ya en Uruguay, a él le confirmaron que iba a estudiar en Montevideo, y a mí que se me había acabado la joda. Era hora de laburar, y sin que me diera cuenta, también de andar noviando casi que en serio. Y para cuando el Gordo quería salir, yo no podía, y cuando estábamos por ir al estadio, algo siempre me surgía. Así un tiempo. Empezó a irle mal en el estudio, con las minas… Y una tarde se colgó.


Todos en la mesa enmudecimos. Mi papá descansaba en su cuarto después de la casi semana de internación, así que nunca supo cómo terminó ese amigo de su hermano, del que nunca había escuchado hablar, hasta ahora.

Si me lo dijo el Doctor...

domingo

En el año 1755 Vincent St. Luisse encontró por accidente en el tarro de basura que estaba en la vereda de su casa una pequeña bolsa repleta de diamantes.
El hombre trató de averiguar sin éxito cómo habían llegado hasta ahí, obviamente, sin preguntar a nadie. Aunque esa misma noche, un Buda se le presentó en un sueño y le rebeló que aquello había sido un regalo suyo y que le serviría para llevar a cabo una labor que cambiaría la historia.

Lo curioso, además de encontrarse con diamantes en la basura es que el tipo recibió un mensaje de Buda siendo Católico Metodista. Esto se lo contó a sus más íntimos que lo miraron de reojo y con una ceja levantada. Y algunos de ellos hasta le perdieron el respeto. Hoy habríamos pensado seguro que habría problemas en el cablerío telefónico celestial...

St. Luisse, que en su juventud había estudiado algo de química, decidió invertir sus diamantes y colocar un pequeño laboratorio para fabricar polvos aromatizados, muy de moda en la época. Pero durante los primeros tiempos no obtuvo grandes dividendos.

En el año 1770, St. Luisse encargó a unos exportadores un cargamento de madreselvas peruanas, una especie común de flores sudamericanas.
El encargo sufrió un error de envío y en lugar de madreselvas le llegó otra planta. Pero como St. Luisse no conocía las madreselvas peruanas, elaboró el producto sin saber que usaba era otro tipo de ingrediente.

El 20 de agosto de 1770, accidentalmente, buscando extraer lo que luego conoceríamos como 'alcaloides' St. Luisse inventaba un nuevo perfume en polvo para nariz que llamó Coke.
A partir de ese momento sus ventas se multiplicaron por 100. Se hizo millonario.

- Casi un siglo después, un barbudo medio bufarra escribiría Über Coca y la recetaría a los adictos a la morfina que visitaban su consultorio. -

En 1775 fue asesinado de un disparo en la frente.
Quien lo mató declaró durante un ataque de paranoia que cumplía con una labor divina encomendada por Jesús.

Prólogo.

jueves

Una de las imágenes más típicas y hasta estúpidas de los que escribimos tiene que ver con la descripción de cómo la cabeza dá vueltas y los pensamientos se vuelven confusos, inexactos, y paradójicamente inequívocos. Las mal llamadas ‘corazonadas’. Todo porque se siente venir de las entrañas, o de algún lugar muy adentro que parece bien lejano al ceso.

Hablar de lenguajes, metalenguajes, metayponga y todas esas boludeces sobre cómo el mareo se apodera de la sinapsis y contar cómo se morfa la mielina; hace que el hábito, la costumbre o el vicio de sentarme acá me repugne. Porque pasa que leo lo que escribí alguna vez y me doy asco. Aunque a veces me aplaudo de la repulsión que soy capaz de autogestionarme. Resulta realmente sorprendente.

Aunque otras veces pienso en el limbo. En el jardín y en las vidas que se acostaron a mi lado. Y todo vuelve a perder sentido. La patraña del mareo desaparece. Por más que el cerebro estalle y la frente queme, las imágenes estúpidas son lo único que se me ocurren.

Por ahí me siente a leer. O invente la letra de una canción metido adentro del ropero vacío que me mira como con la boca abierta, y con la gingivitis de la alfombra como lengua gigante que busca matar el hambre.

Una de las imágenes más típicas y hasta estúpidas de los que escribimos tiene que ver con la descripción de cómo la cabeza dá vueltas y los pensamientos se vuelven confusos, inexactos, y paradójicamente inequívocos…

Por todo este poco, me llamo al silencio.

Cuento del tío II

domingo

A Juan, compañero de habitación de papá, se le había hinchado el brazo por la intravenosa, y con uno de mis hermanos le conseguimos una bolsa de suero congelada para que le baje la inflamación. El tío, para que el loco se distraiga siguió…

Paró de llover y llevamos a las minas para la casa. Los cuatro sentados adelante y las dos valijas en la cajuela de la rastrojera. Así que llegaron, se cambiaron y salimos nomás… El Gordo empezó a hacer que la camioneta agarrara velocidad y piró para el lado de la ruta doce, camino de Carmen del Durazno. Y claro, por semejante tormenta no se veía nada más allá de los faroles y ese camino es todo de tierra. Ante la mirada de las gurisas, yo le preguntaba dónde íbamos, pero él soltaba un ‘no te preocupés flaco, no pasa nada’. Me regaló esa respuesta un par de veces, hasta que en el medio del campo frenó.
El sentido de ‘pregunta indecorosa’ nació de la mano de este loco que podría haber sido un aborto más, mientras miraba a la que tenía al lado: ‘¿vos con quién cogés, Con el flaco o conmigo?’. Las locas bajaron como cuete de la camioneta a las puteadas. Canarias ellas, eran mecha corta. Y aunque estaba todo bien, no les había gustado un carajo lo del Gordo… ‘cómo nos hablás así… así no se conquista una dama’ y todas esas boludeces… Al momento, la lluvia de nuevo. ‘Ta, el Gordo, picarón, ofreció transporte de regreso, pero la respuesta fue clara: ‘metete la camioneta en el culo gordo hijo de puta’. Casi a coro. Ahí entendí lo que era el sonido estéreo.


Casi llegando de regreso al pueblo, al Gordo le entró la culpa. Que si las agarraba un rayo, que mirara la tormenta, que si les pasaba algo… No hizo falta que le preguntara ‘y bueno, ¿vamos?’ para que el loco clavara los ganchos y pusiera de costado la chata, retomando y volviendo a toda velocidad… Sacamos de abajo del asiento uno de los faroles direccionales para buscar en la oscuridad y yendo despacito volvimos. Ante la falta de luz, y el haber ido sin referencias visuales y con la cabeza metida en la bragueta, no teníamos mucha idea de dónde las habíamos dejado tiradas a las pobres dos locas estas.
En uno de los tirones vemos dos figuras contra uno de los alambrados de púas del costado de la no-banquina. Todo camino de cardos y espinas. Hechas mierdas las gambas tenían. Cuando alumbro, una de ellas, chorreaba sangre debajo de la pollera levantada sobre las rodillas de los espinazos que no había esquivado.
El Gordo frenó y abrió la puerta para que suban. La biblia de puteadas siguió como la habíamos dejado hacía un rato atrás. No querían saber nada ni con el Gordo, ni con la camioneta, ni conmigo, que había abierto la boca sólo para decirles que suban así no se mojaban más, que nadie les iba a tocar un pelo. Pero parecía que cada palabra que yo decía, más engranadas las ponía. Así que lo miré al Gordo que como respuesta a mis ojos, en una medida desesperada se puso de rodillas en el barro pidiéndoles por favor que lo perdonaran, que subieran y qué se yo cuántas boludeces más que dijo el loco entonces. Pero ellas subieron.

Las locas nos decían que qué iban a hacer ahora, todas sucias, mojadas y con las patas rotas por los cardos y las espinas, así que el Gordo les propuso ir al almacén del padre para que busquen con qué curarse. Así que mientras el viaje ya había concluido en silencio y las gurisas inspeccionaban todo el almacén, el Gordo se soltó preparando una reggia picada con salchichón, queso cortado en cuadrados, entre otras delicias, preparó unas cervezas de su reserva, puso música, y ‘aquí no ha pasado nada, arrancamos la noche de cero’, me guiñó al oído.

En lugares como Durazno, los amoblados escasean. De hecho, en aquel entonces, había uno solo y a la entrada del pueblo, así que las minas no querían ir ahí nunca, porque se quemaban. Pero con los de la capital soltaban la rienda y hacían y se dejaban hacer a gusto. Y yo aprovechaba siempre, aunque a veces tenía que hacer peripecias para conseguir lugar, o terminaban gritándome ‘ocupado’ en medio de uno de los islotes a la noche.

Así que cuando el Gordo se puso a bailar con la mejor proporcionada de las dos, yo ya estaba contra un par de bolsas de harina y escuché de la boca de la que más había puteado al ‘Gordo violador’ el pensamiento ajeno en voz alta que me relajó el éxtasis y me eliminó el cerebro… ‘hay que ser puta’…

En el interín de toda la historia, el viejo se había dormido, pero como sabiendo que se venía el final del cuento abrió los ojos y se incorporó. Pero no sabía que todo iba a seguir… Los estudios, el pasearse en silla de ruedas por el sanatorio, y las historias del Gordo y el Tío.

Cuento del tío

jueves

Estábamos en la habitación, esperando que al viejo vengan a buscarlo para hacerle unos análisis. Mientras, escuchábamos…

Todos los veranos me iba para Durazno. Calculo que tendría unos veinte, o veintiún años. Allá me encontraba con el Gordo, que siempre se ponía chocho de la vida cuando me veía. Pasa que él fue el fruto de unos once abortos. Sí, así como lo oís. Once abortos tuvo la madre antes de parirlo al loco este. Por eso la vieja lo sobreprotegía. Imaginate que cada vez que el tipo salía a la esquina, la madre salía corriendo a la calle a ver que al nene no lo pisara el camión de las Cocas. Si a dios gracias una vez al día entraba uno de esos a la ciudad.

La cuestión es que cada verano, me tomaba el tren (que tardaba unas siete horas en hacer doscientos kilómetros) y preparaba el gallo para cacarear de lo lindo.

La familia del Gordo, estaba amasijada en plata. Tenían una tienda, tipo almacén, donde lo que te imagines había. Desde víveres y utencillos, hasta bolsas de portland, pico y palas. Y cómo tenían tanta guita, y yo era mitad sorete mitad rata, dejaba que el Gordo me bancara algunos gastos. Es más, el loco me daba una motocicleta para que yo ande a gusto cada vez que no saliera con él, y para que quede como un bacán delante de algún fatto que consiguiera durante la estadía.

Cada vez que yo llegaba y el loco iba a recibirme, nos íbamos con su rastrojera para la plaza a comer empanadas. Pero claro, el tren salía de Montevideo siempre a eso de las dos de la tarde, así que hacé la cuenta… Porque la morena que hacía las empanadas en la plaza, arrancaba más o menos a esa hora a hacerlas con masa de torta frita, y como eran una delicia, salían como cuete y para cuando estábamos buscándola en la plaza, le quedarían unas pocas nomás. Ni pedirlas calientes, porque ya era mucho. Así que nos satisfacíamos la entrada con eso. De ahí nos íbamos al bar Nacional para comer unas pizzas o un asado, lo que le pintara al Gordo. Capaz que el loco pedía las dos cosas y ahí le prendíamos cartucho… Y el último verano que pasé ahí, mientras comíamos, se largó una tormenta torrencial, y vemos entrar a dos gurisitas lindas, todas mojadas con varias valijas. ¿Qué mierda? El loco empezó a meter careta con las dos para que se sienten con nosotros. Porque el Gordo tenía más chamuyo que cualquier porteño, y además, todo el mundo lo conocía en Durazno. Así que se sentaron nomás con nosotros. Ahí las invitamos a que comieran con nosotros y cuando parara de llover, el Gordo les dijo que las alcanzaba hasta la casa de ellas, que sería a unas diez cuadras, y que dejaran las valijas, así salíamos los cuatro. Ellas agarraron viaje...

Strange times.

viernes

‘Alguna vez la oferta le superó la demanda. Hoy están a la par.’

Es un gato que cuando menea el culo, no es de enojo, sino de regocijo. Como los perros. Ronronea cuando una de sus feligresas maullantes le anda cerca, y busca estremecer su espina dorsal como cuando se frota con la pata de una mesa… Y aunque tiene la visión nocturna clavada en unas orejas en especial, se relame la comisura del hocico cuando se encuentra con la minina del otro curte. Que cuando quiere lo rodea, le huele el balanceado y le toma el agua, hace gargaritas y guiña el ojo brillando en la oscuridad.
Gata de la otra vereda que se hace la boluda para no cagarse a arañones con la castrada de su esquina.
Como la que trepa las paredes de la casa de donde para a morfar, cagar y dormir. Él no lo sabe, pero es la misma que a la mañana es mimosona, lo acompaña a matar palomas, y le hace la segunda cuando se mata con algún michifús que le quiere copar la parada. Y que de noche, a pesar de la escalada en los ladrillos para poder verlo, le esconde la cola o la saca para poner distancia y pela alguna garra…

Cuando me siento a fumar algo mientras espero el bondi alguna noche, siempre los veo. Pareciera que a los gatos del barrio les pasa lo mismo que a nosotros. Aunque dándome el gusto de narrador, voy a decir que el gato se queda con las orejitas que cambian según la mañana o la noche, y que le hacen brotar ronquidos de comodidad, aunque alguna uña le marque el orgullo.

Hoy desaparece.

sábado

Juega con los límites paralelos a su existencia. Como queriendo volar fuera de sí. Pero no puede. Las mañas y las manías que describen sus días hacen que todo ancle siempre en la misma boludés. Aunque pasen los años con sus informes, sigan los diagnósticos, y se queden los deformes. No sabe darse volúmenes de racionalidad, ni ratos de silencio. Su de-mente no lo permite. Porque persigue sus ataduras y anuda blando los cabitos que cree sueltos… Aunque su dialecto no sirva ni pa'espiarnos.

Siempre finales sin fin. Estupideces inconclusas con palabras nobles. Lengua áspera y puntiaguda que quiere hablar lo que no le dice la cabeza. Lo que la cabeza no le dá. Sin hostilidad. Ni verdad. Todos, son amagues. Todas, son deidades. No hay excusas, ni cachos de miedo. Las totalidades son de cinismo.

Cuando ya no se refleje contra las puertas, todo va a estar perdido. Si es que no son de madera terceada, como para poder escapar.

Editorial pedorra.

domingo

A veces tengo miedo que las preocupaciones me roben la poca impronta del cerebro. Porque desvelarme ya no es un hábito productivo sobre estas cuestiones. Sino que como tal, ha dejado de existir.
Me envejecen la mirada y los intereses. Supero la cantidad de pensamientos por segundo al número de renglones en el papel. Ya no suspiro si no es por cansancio, aunque no vea más que sus ojos.

Y no dejo de pensar en las oportunidades perdidas. En las veces que desvié el eje y el soporte claudicó. Cúmulo de situaciones donde el regalo es la caja de herramientas para ajustar los tornillos y armar los días que vienen.

Todo lo que no pasó para poder llegar hasta acá.
Como no comprar en el bondi esa lámpara de leer sujetada al libro, que hoy, de pura fiaca, no me dejaría anotar esto en la oscuridad del primer desvelo en mucho tiempo. Que huele más a epifanía, que a título personal.

Bossanova de Tacuarembó II.

lunes

Antes de cruzar la puerta del privado hice lo de siempre: lavarme las manos dos veces, mirarme al espejo para ver si sigo del otro lado y palparme los bolsillos para ver que nada haya caído al inodoro.

Las alpargatas me eran grandes, así que chancleteaba. Por eso me escuchó venir y volteó por sobre el hombro, como queriendo redimir el gesto mal-obsequiado antes. Y fue mejor así. El clavo de sus ojos en mi cara, y el seguimiento de mis pasos con su cabeza hasta mi mesa, fueron una secuencia digna de nosotros.

Así y todo acomodé mis anteojos y planté un suculento cartel de ‘mirá cómo me estoy haciendo el boludo’ mientras me sentaba a retomar la lectura. Aunque hubo un detalle que no pude dejar pasar: en el compendio de hojas, había otro separador, que no era mío. Y era bastante feo. Pero igual servía. Fue un instante donde yo me dí cuenta del cambio, pero mi cuerpo no lo manifestó ni mirando a su mesa o nada por el estilo. El enanito que descansa en mi hombro izquierdo me dijo que deje pasar unos minutos para levantar la vista. Y al terminar su frase en mi oído, el equeco saltó, apagó el sol y proyectó la frase 'de cortejo' en la pared de mi espalda.

Pero el deseo de concentrarme para hacer tiempo fue tan fuerte que cuando quise reaccionar, me había fumado el doble de lo leído hasta entonces. Un boludo en todo lo llano de su expresión. Levanté apurado la vista y el café estaba vacío. Los dos lo estaban. El cortado con mitad leche que descansaba al lado del florerito monoplaza de su mesa, y el resto del local.

La mesera tenía su humanidad tendida sobre sus brazos en la barra mirando por la ventana a la nada y cantando ‘Vivo sonhando’. Me puse de pie, disimulando el exabrupto, y me acerqué a ella con ánimos de pagar. Cada vez que miro mi billetera hay siempre la misma poca plata.
Le dí lo suyo y me agradeció con una de esas sonrisas amables de que abundaron siempre por acá. Sus rulos caoba alocados y los ojos claros fueron de las mejores postales que de seguro me lleve.

Volví a mi mesa, busqué mis cosas, y reparé en el separador ajeno.

‘Instrucciones para la pesca.- ella lo dejará morder su anzuelo y antes de comer, devolverá sus pedazos unidos al río, medio muerto y con el buche arruinado.’
Otro Mundo servida sin cuello. Gracias.

En el que era mío había unos garabatos dibujados en el reverso. De esos que me pintan cuando necesito un descanso de la concentración lectora consciente. Estaban buenos. Pensé que podrían ser para la escritora espasmódica un lindo recuerdo de un momento en un café, y que por ahí hasta podría contar algo en una de sus hojas. Aunque una vez, sea lo mismo que nunca.

Calcé el morral, los lentes, y salí. Quince pasos después, en uno de los banquitos de la vereda que daba al centro me senté. Con las manos vacías enlazadas y la estática posición que cruza las piernas e inclina la cabeza para el win que más pesa.

Bossanova de Tacuarembó I.

jueves

Entré porque me llamó la proyección de la luz del sol que de refilón entraba por la ventana acompañada de sillas de mimbre. Caminando un poco mis pies supieron llegar hasta ahí y me ordenaron detener el paso cuando el cráneo terminó de procesar lo que había visto para cuando estaba a la altura de la puerta. Así que me mandé.

El piso era colorado, como si fuera adobe derretido y hecho parquet. Era el patio de una casa hecho café. No sólo las sillas, sino también las mesas eran de mimbre con cómodos almohadones para las posaderas. El día acompañaba con cada guiño que tiraba.

No era cuestión de ingresar, sino de meterse. 'Entrar' era uno de esos términos medios que nunca me gustaron, así que me metí hasta el fondo. Y al pasar leí: '‘La llamaron ‘la historia más difícil de contar’. Aunque…’' Como no detuve el paso, no supe qué más decía, por el momento. Lo decía al papel una que estaba sentada escribiendo como si vomitara palabras. Pero entre la mesera y unos perros que se trenzaron afuera supieron distraerme lo suficiente como para que me olvide de ella cinco minutos.

Tenía pensado pasarme el rato ahí, así que arranqué con un poco de gaseosa transparente on the rocks. Lo suficientemente refrescante como para despejar el marulo y contemplar lo que se venía.

Cuando natura llamó, y dejé el libro de M.K. sobre la carpetita de la mesa, me acordé de la que escribía en espasmos. Y seguía igual. Parecía que a cada trazo conseguía una visa al respiro, y por ende, a seguir viviendo. Aunque fuera una vida de mierda escribir para poder respirar… Pero el yeite estaba en que en un segundo entendió que me había quedado mirándola entre algodones. Filó por sobre el pelo de la frente y ensayó la peor sonrisa de la historia. Incómoda y deshonesta. Sin maldad, pero con la clara visión estar siendo complaciente con lo que creía que yo quería ver de ella.
Hice como si nada, reaccioné y fui al baño. Y en él, me arrepentí de haber dejado el libro en la mesa…

S.O.S. Salud

martes

Theres a sign on the wall, but she wants to be sure, 'cos you know sometimes words have two meanings.

Vuelta a dormir en la cama enferma. O en el pedazo de resortes entelados que gusta de imitarlo. Es el año de los malestares. Enfermeras reales y patologías mundanas. Poliyas creciendo de las paredes. No sabe desde cuándo es alérgico, pero descubrió lo malo y peligroso de la polinización cruzada. Vaya arma de destrucción masiva.

Y en el medio somatizar. El bienestar claudica por patología o por orden de inconciencia. En descuidos o problemas.

Y en el otro medio (la parte del vaso llena), la epifanía del elogio. Porque de un dicho sin querer no sólo se puede lastimar. Es posible curar, aunque más no sea, el estado de ánimo.

‘Sos salud’. Es una pareja de palabras que a partir de ahora simbolizan uno de los sentires más genuinos de las relaciones humanas. Aunque no haya sido gestada con ese fin, ‘sos salud’ es decirle al otro que nos hace bien. Dejarle en claro que por más que los anticuerpos se caigan a pedazos, quien para uno es salud, mejora la calidad de vida con su sola presencia. O el solo, simple y tonto hecho de saber que del otro lado del hilo y la lata, está quién da oxígeno.

Habrá que agradecer a quién hilvanó semejante construcción. Porque nos regaló una variante más, y uno de los modos más profundos y curativos al ‘me hacés bien’ que canta alguno.

Los que saben dicen, que hay que prestar atención a los que se dice y dicen otros. Quizás se encuentre una nueva forma con palabras viejas de hacer sentir mejor los placeres eternos.

Celos.

sábado

La polilla no para de viajarme. Se me sube en los pies y ni se le ocurre llegar a la cabeza argumentando dos razones: que es un viaje demasiado largo, y que ya no hay lugar ahí.

Ya están gastados los oídos como para escuchar la voz de mi cerebro que me grita historias que contar, y motivos por entender. Así puedo sentarme una vez más.

Alguien una vez habló de las ‘últimas miradas’, y entendí de qué halaba. Sobre todo cuando explicaba la posibilidad de que se vuelvan tan cotidianas, que siempre se muestren como finales y definitivas. Aunque peores son las miradas que entienden el fracaso. Esas que observan expresando la condolencia de la derrota. Generalmente vienen acompañadas de silencios y un gesto con la boca, que nunca pude verbalizar para describir.
Suelen mirar e irse. Y cuando uno da la espalda y empieza a caminar, vuelven donde estaban. Para que no regresen los ojos.

Las primeras peleas son las peores. Porque no son dichas. Se callan. Duelen. Mueren. Cada par de su lado leyéndose la mente a distancia en el juego de poderes y deseares que empieza con una sonrisa, y cuando termina está el portazo. Por no entender. O no expresar. El mal olor. Y después el ‘cómo decir nada con tal montón de palabras’, en un sinsentido. De malsoñar. Que aunque habla, no escucha.

Es el porqué de los bostezos. El esperar a que el aparato suene. Fastidiarse y salir a caminar. Los celos a estar solos.
Quizás acostándome reviva mis ideas y pueda enebrar lo que estoy buscando. Algo más que palabras.

Eso espera.

domingo

El sueño arrancó con un canto. Conexión de un comentario anterior que ubicaba al 'flaco trombón' con un músico minimalista.

El recuerdo de una voz más y la misma canción entonada por una mujer. Despertar del sub sueño sentado al revés con ella viéndolo, y él escapando a su mirada. Actuando sorprendido al llamado de sus ojos y un saludo inusual, pero deseado e inesperado.

La correspondencia como alteración de la verdad. El plan como hecho concreto hasta con proyecciones compartidas. Y la mayor sorpresa con el ideal como perspectiva de un sueño cumplido. Dormido con ganas. Ella cantaba con fuerza, y lo hacía bien.

Unos pasos de comedia en el cambio de soutienne y el inmediato esparcimiento de las gotas de realidad en el principio de un pésimo día, con el déjà vu de una vida reflejado en un charco vacío.

(o de cómo decir nada, con un montón de palabras...)

Tienes una cita.

miércoles

38. La pérdida y el dolor han alterado la Mente.
Por tanto nosotros, como partes del universo, el Cerebro, estamos parcialmente alterados.

35. La Mente sólo habla por intermedio de nosotros y su dolor nos impregna irracionalmente. Como lo advirtió Platón, hay una veta de irracionalidad en el Alma del Mundo.

32. La información cambiante que experimentamos como mundo es el desarrollo de un discurso. Nos habla de la muerte de una mujer. Esta mujer, que murió hace mucho tiempo atrás, era uno de los gemelos primordiales. Era una de las mitades de la divina zigosis. El propósito del discurso es recordarla y recordar que murió. La Mente no quiere olvidarla. Así, pues, el raciocinio del Cerebro consiste en el permanente registro de su existencia, y si se lo lee, ha de entendérselo de este modo. Toda la información que el cerebro procesa -que nosotros experimentamos como el ordenamiento y reordenamiento de los objetos físicos- es un intento de preservarla; las piedras, las rocas y las ramas son sus huellas. La Mente desdichada, que ahora está sola, ordena su registro y pasaje para construir todos los niveles de la realidad, aun los ínfimos.

p.k.d

Fundación de los malamores.

martes

Uno de los personajes tradicionales de la 'commedia' en los tiempos del Imperio romano era una suerte de bufón, que vestía ropas estrafalarias confeccionadas con tela burda, que se usaba para recubrir los colchones de paja, que satirizaban su figura.

En su interpretación, este actor parodiaba la labor de los herreros, que respondían a las órdenes de los generales, que trabajaban satisfaciendo las necesidades bélicas del emperador. Tenía un palo envuelto en su punta de trapo con cascabeles, que hacía las veces de falso martillo.

El bufón, padre biológico del payaso, acababa por volverse loco, dado que su herramienta no cumplía con su función, que era golpear el metal, que hacía a los elementos de la guerra. Y en medio de su locura, el 'pagliaccio', terminaba por tener líneas de diálogo con su parodia de martillo, al que llamaba Giocattolo, y con quién acababa por tener pasos cómicos donde el actor hartaba su paciencia y jugaba al malabarismo con la herramienta, producto de su locura laboral.

Así, en el mundo occidental, gracias a la muestra de entretenimiento que vivía el bufón con su fallida herramienta, a todo objeto que signifique distracción se lo denomina de la forma que indica lo etimológico del juguete: antiguo término que significa "herramienta".

Todo juguete es considerada la herramienta del poder de distracción, o divertimento, del ser humano. Aplicándose así también a las personas que durante sus momentos ociosos juegan, con otras personas.

Algunas raíces.

viernes

Llegué robándole metáforas a la ruta. Entre los árboles con hojas de algodón y las princesas vestidas de novia que me recibirían al llegar… Un lugar llamado Ockmonick y el único pool del centro cerrado hace varios años. Lugar donde estar para escapar.

Creo que todo el viaje se resumía a conocerla. Sin importar por cuánto. Estar significaba y explicaba todo. La canción del dolor abrió las puertas a un encuentro parado hacía diez años, con bichos de hostilidad como agentes separatistas, y dejó libre la casa a la virtud de todos los perdones.

Increíble el azul de sus ojos y la música de su sonrisa. La calidez en mis brazos al tenerla conmigo y la paz para el hogar cuando juntos nos quedamos, mirándonos y riendo.

Pensar que dio sentido a la vida de una señora. Su bisnieta es el Jazmín que siento cuando le beso la frente a este angelito ojos de mar que ya me adoptó como su tío y ganó mi corazón con tres meses de respirar, dos días de jugar y un ranchito por construir.

Y sí... extremadamente maricón me dejó la mocosa. Regalo: Jazmín

Overture (out)

lunes

Estrellas, relojes cu-cú, y la foto de un amigo con medio gesto de sorpresa y otro medio de espanto. Imaginé que era por mi cara: chocolate everywhere… Pero estaba en mi casa, y lo más raro de todo esto es que ya no chorreaba sangre, sino alergias. Tenía un ardor helado que concentraba un poco de hinchazón en el tabique y no me dejaba respirar del todo bien. Pero al menos estaba en casa.

La tarea era ahora buscar algo con qué limpiarme. Estaba ensuciándome el pecho. Ya no tenía ropa, ni el sentido común activo. Después me dí cuenta que estando en mi casa, lo más fácil del mundo era buscar pilchas en el placard y listo. Pero el tema es que la música seguía estando. Eso me distraía.
Aún sonaba a blues tristón que yo ya conocía, pero que me ponía en la situación de ‘la punta de la lengua’…
Caminaba por casa buscando un pañuelo, servilleta, repasador o toallas, ¡lo que sea! Pero quería dejar de hacerme un enchastro encima que me trasladaba en el tiempo a las épocas en las que el puré de zapallo terminaba más en el babero que en mi estómago. Y cuando me desconcentré de la búsqueda y entré en la caminata del recuerdo ulterior… ¡zas! (no, no me golpeé un dedo del pie con la puerta) un pañuelo. El doblado hijo de puta estaba escrito…

sé del verde dolor, de un camino tal vez. sé que hay gente que cree.
mas de vos ya no sé.
sé que hay muros sin luz. sé que hay ríos de miel. sé que cuesta crecer.
mas de vos ya no sé.

(no tengas frío, tea for one.)

Alguien estaba sabiendo algo que yo no. Y eso me molestaba. Pero ya no me sangraba, ni moqueaba mi nariz. Así que escuché mi propio llamado a lo lejos y al darme vuelta ya estaba en la terminal, esperando a irme, releyendo un libro en el piso y contra una pared.
Había demasiada gente y no sabía si entre el bullicio y mis propios pensamientos, más la música en mis oídos, la razón encontraría un lugar entre el ruido…

Como siempre, en capital, había sacado noventa para viajar. Sabía que el chancho no subía a la hora en la que iba a trabajar, y así podía tener diez centavos para regalar en el camino de San Martín a Retiro… Y estando tirado con el libro en la mano pasó la nena de las hojas pidiendo monedas. Le dí lo que necesitaba de mí en ese momento y ella me regaló un gestito y un papel.

sé de niño mayor, sé del viejo revés, antes fui y hoy no soy.
mas de vos ya no se.

quizá un día, tal vez, nos volvamos a ver, si es pa'mal o pa'bien:
eso ya no lo sé.


Para cuando terminé de leerlo, la terminal estaba vacía, a pesar de la fecha, y el altavoz anunció mi salida…

busco y trepo al cielo revolviendo un viejo ayer. ¿dónde está tu voz?
¿dónde fue?

(buenos aires – paraná con una escala)

Overture (in)

viernes

Entré caminando a paso de blues, triste, de crossroad. Forzado y estúpido. Con garabatos (que son pedazos de algo) en las paredes. Pareciera que me guiaran. Como si quisieran decirme algo, o hacerme decir algo… No los entendí.

sé del sol en mi piel. sé del pelo que fue. sé del mar con su voz.
mas de vos ya no sé.

sé del viento traidor, del amigo que no es. sé que puedo querer.
mas de vos ya no sé.


Me digo de seguir a mis pies. Les ordeno que me lleven a algún lado. Pero como las zapatillas de Otto, me miran, murmuran algo, y se cagan de risa. No tengo más que bostezar bien fuerte.

Cuando despierto de la pereza veo que tengo el sillón más cómodo del mundo esperándome. Las paredes ya desaparecieron y el piso es pasto brillante. Como si lo hubieran lustrado.

Contento por el hallazgo voy derechito a tirarme un rato. Ni él, ni yo, podemos esperarnos. Tiene que ser inmediato y corro hacia mi pachorra. Pero sin mis anteojos no ví de lejos que me esperaba un sobre titulado ‘cómodo como la pared’. Lo abrí…

busco y trepo al cielo revolviendo un viejo ayer. ¿dónde está tu voz? ¿dónde fue?

Escuché un grito parecido a un gruñido orgásmico, aunque sin género, y sentí que al levantar la vista del pedazo de papel, algo me rompía la nariz...

Martinis y tafiroles.

sábado

Quiso correr algunos riesgos. No pudo.
Buscar en la miseria algunas reliquias para una feria americana hubiera sido un buen negocio, pero todavía no consigue hacer tratos favorables con el camión de la basura.

Lleno sus manos de crema cautiva, una vez más, pero no fue satisfactorio. Por eso se planta en mis ojos, y así se queda un buen rato. No tiene nada más que hacer. Pregunta algunos precios, pero sabe que sale perdiendo si sigue averiguando. Todo gira en torno a lo mismo. No sabe contar cuentos, sólo dar vueltas con un poco de pudor.
Pero quiere que el tiempo cambie, que salte las horas para contar el pasado…

‘Tenés veinte minutos, no más’.- Dijo desde abajo, sin levantar más que el ojo y la ceja. Siempre lo mismo. Avisar a destiempo. También me ordenó que lo lleve al sol, que olvide todas las excentricidades y distracciones. Que deje de lado todo lo que sea para-normal(es), y me concentre…
‘¡No digas nada más! No quiero explicaciones básicas. Exprimí mi cerebro, y vas a tener todo lo que quieras’.

El sadismo nunca fue una de mis virtudes. Pero todo lo que me pedía era un capítulo más. No podía negarme. Hubiera sido bastante estúpido de mi parte.

Se puso de pie y, con un gesto que acababa con su mano en el mentón, caminó alrededor de unas tres horas. Él sin decir una palabra, y yo sin saber cómo reaccionar. No entendía mi papel: si jugaba de factótum, o de conciencia activa.
Se había olvidado de los veinte minutos, y de cómo escapar del disco de amor que había fabricado como creps. Con el mundo ahí nomás… Llegado el punto, ninguno de los dos podía parar de bostezar.

- Entre nos, creo que ambos nos preguntábamos qué estábamos haciendo, mirándonos, sin encontrar una pregunta que respondiera los instantes donde los ojos se cruzaban con más desconcierto nitidez. -

Para cuando comenzó el parloteo, ya habíamos olvidado todas las apreciaciones mundanas, pero realistas, que durante mucho tiempo venían acumuladas. Así que tan cruel como sus ambiciones, el griterío fue imparable. No parecía dictar, sino DICTAR. De su mente sólo podía extraer palabras de facto…

A modo de bonus track, me pidió que describiera cómo la habitación era levemente invadida por algunos rayos que se colaban entre las hendijas de la persiana y dejaban ver la cantidad de células muertas que flotan en el aire cada vez que la luz se atreve a entrar sin que la llamen. Que esos muebles portadores de vicios seguían inmóviles más allá de sus propias intenciones de escapar del estridente sonido de la armónica que Usher entona como si tuviera en sus manos una Les Paul. Y que concluyera explicando que cada nota mal tocada es un intento por demostrarse los errores que lo hacen crecer, aunque ya no entren velas en su torta.

La caída de R.Usher, III

The song remains the same.

domingo

La conoció un rato y desapareció. Quiso hacer un London Bridge, pero fue imposible. No hablaban el mismo idioma. Aunque la diferencia no fuera demasiado grande, los pasos entre uno y otro eran enormes. No tenían mucho qué decirse más que esperarse. Aunque nada pase.

La música iba, y sus cabezas se sentaban. No había reacción. Los flashes enceguecían y los parlantes tan cercanos ensordecían. Supo que no gustaba de exhibicionismos, y se enteró de cuántas cosas estaba en contra, y cuáles a favor. Número y calidad.

Sólo mirándola ajeno al conocimiento, pudo entender cómo era su todo. Posición (su-posición)… Entendió que busca desconcentrar su mirada en la profundidad de su escote vacío. Y teme que le tomen en serio algún miedo del rostro. Que sabe encontrar la complicación en la simplicidad y la precisión. Y si besa su dedo es para anunciar el silencio. No hay mucho más que eso en una alegría que se esconde de a ratos, y de a otros confunde con altura. Seguirá siempre oculta en el hype de las palabras que quieren desorientar, aunque aparenten certeza.

A pesar del híbrido medio-idioma de dos lenguas, sabe encontrarla si la busca bien, y espera verla de nuevo esta semana, sin quedarse dormido, ni sentir el pescado en el espejo.

Sortez la porte.

martes

Se levantó con la clara sensación de haber querido dormirse antes para poder escapar. El abombe lo envolvió con los mismos sueños que desde hace unos días, pero con una dirección geográfica que en el análisis lo sorprende en Paseo e Independencia. Ahí no hay ninguna casa.
El sentimiento es el mismo que el de la resaca, pero no estuvo borracho. Aunque los tumbos contra las paredes parecieran decir lo contrario…

'Get out the door! Get out the door! I´m gonna kick you when I saw what you are packing...'

Era el fragmento más demoníaco de una canción que recordara. Con la vocecita de ultratumba, un pedacito de maldad que seguía caminando por ahí.

Volvió la vista y sintió ganas de comer y ganas de quedarse en el baño. Ya estaba en él, sin darse cuenta. Los pasos se sucedían como flashes donde él no sacaba ninguna foto.
Vio que el espejo se movía y escapaba de su reflejo. Comenzó a correrlo por el pasillo, que normalmente acababa en cinco metros, pero que lo terminó en algunos minutos de caminata. El espejo ya no escapaba de él. Estaba en su lugar, y al otro cercano extremo de la casa. Tenía el péndulo del reloj en su cara. Pegado a sus ojos y mostrando la hora. Un reloj más chico había en ese péndulo. Y en él podía verse de espaldas y acercándose, tratando de entender.

Observación sobre la iglesia universal.

domingo

El neoliberalismo hace que la marginalidad le siga dando de comer a los hijos de puta.

Año nuevo en las trincheras.

lunes

En la fiesta de la casa donde me estaba quedando, la cerveza empezó a rodar temprano. Era indiscutible que había tres grandes bebedores en la mesa, y que dos de ellos se sacaban los ojos por demostrar cuál de los dos hígados estaba recubierto con mejor titanio.
Yo los miraba, entre alegrón, y atónito. No podía entender cómo, entradas las seis de la tarde, ya faltaba un cuarto del barril que había sido llenado de botellas y rolos de hielo. Me resultaba inexplicable.
Por supuesto constantemente me invitaban a seguirles el paso, pero mi ritmo era personal, y casi que estaba considerado por algunos amigos, como un toque de distinción. Como toda fama, inmerecida. No era de mamarme.

La noche entró, la comida pasó, y la bebida para acompañar y bajar, siguió siendo de color madera. Con más o menos malta, con mayor o menor graduación alcohólica.

The bailongo started conmigo un poco jocoso. Vecinos de todos los wines llegaron y en la sala éramos cada vez más. Apretados y con calor, todo fluyó y me dispuse a programar un set de alrededor de una hora y media perfectamente programado. Algunos se sorprendieron porque eso no me llevó más de cinco minutos en la notebook. Yo también me asombré. Los efectos etílicos me hacían mejor pasadiscos de lo que yo pensaba.
Así que bailé mi propia música, y gocé mis propios pasos. Ya que todos me los elogiaban, decidí disfrutarlos y seguir el swing con una botella en la mano.
Me puse efusivo, elocuente y cariñoso. De la siguiente hora no me acuerdo nada.

Sé que, transpirado y gritón, me tomé un taxi después de la una, y con el canario que manejaba compartimos uno de los que me traje de Buenos Aires. Decía que, al no haber policía en la calle, hacía lo que quería, y que me sentara adelante con él. Total, tenía buena muñeca y podía zafarnos de cualquier choque. Era un auto nuevo y tenía doble airbag. Todo un orgullo.

Llegamos a, lo que para mí siempre va a ser, Buceo. Me cobró la mitad, por ser generoso.

Bajé aullándole al flaco que nos fuéramos. Él estaba apurado y un poco de mal humor. Yo entendía poco y nada. Pero la memoria sólo se desconecta en situaciones realmente embarazosas. Por lo que todo el resto, no me dio la más mínima vergüenza, ya que evidentemente recuerdo todo…

Nos fuimos a pie por la rambla hasta un departamentito humilde y muy lindo de cara a la playa, donde nos esperaban un par de amigos suyos. A una de ellas la había conocido comprando un par de botellas a la vuelta de su casa. A otra yendo a un tugurio lamentable. No me habían caído bien ni ella con su cara de bataraza, ni el lugar…

Una costumbre que me llama mucho la atención, por espanto y no por asombro, es la facilidad de los canaritos para armar. Fumar tabaco puro les dá la práctica con el papel, pero la cagan haciendo combinados. No tienen gusto ni a una cosa ni a otra. Pero los defienden ultranza.
La cosa es que me ofrecieron, pero no fumé. Me callé el mío anterior, pero no el comentario de lo mersa que era la mezcla. Algo que calló mal, obvio. Pero queda claro que no me importó.

Lo siguiente fue ver Led Zeppelin III, original, primera edición. Impecable. El dueño de casa vio mi brazo tatuado y de inmediato me sintió como un par. Me ofreció verlo y descubrir las curiosidades de un vinilo que jamás había visto en tan buen estado. Recuerdo que se me cayó y el aire se congeló. No pasó nada igual. Mi estado explicaba cualquier falta de reflejos.

Trataba de reincorporarme, pero no podía. Iba al baño y me quedaba ahí esperando o a vomitar, o a cagar. Pero era inútil. Terminé sentado en el balcón con un vaso lleno en la mano, y los ojos cerrados. Parecía que meditaba, o creo que eso dije. El viento me movía, y todos me miraban. Cuando yo les devolvía la vista, me concentraba en el escote de la dueña de casa. Y en sus ojos claros.

Después algo pasó en el baño. No sé si con ampliobusto, o con la otra, cara de pollo. Pero venía de no tener recuerdos de una de las casas, y me sabría ir sin memorias del departamentito... Así que todo estaba bien.

El camino de regreso fue interrumpido. El malhumor del flaco y mis amagues de largar o no el chivo, hacían que cada cincuenta metros tuviéramos que detenernos. No salió nada. Y moría de sueño.
Cuando volvíamos el febo asomaba. La postal era estupenda porque había tormenta y los rayos se peleaban con el sol para ver quién dominaba los cielos. Fue un combate duro, pero durante toda la mañana llovió.

Cartero. Cerrajero.

sábado

'A la mierda los pájaros, ¡soy el Alcalde de New York!...'

Pocas veces me reí tanto con una línea en una novela. Quise buscar un párrafo más para poder citarlo entero, pero mi lucidez no me lo permite. Sería una boludés, las teclas pican.

Fue un día raro. Desde los pequeños malestares y silencios incómodos, hasta un viaje en quietud. Se me sentó un tipo con las manos más grandes que había visto. Era un viejo entrado en años, pero con un porte voluminoso. El tamaño de esas manos no se condecía con el de su cabeza, de todos modos. Era sorprendente. Subió después de Constitución y siguió más lejos que yo.
Su ropa apestaba a años. Todavía no puedo entender por qué la gente mayor no cuida la pilcha. Es como si con el entre de la edad perdieran la conexión nasocerebral, y a cagar con el prójimo. Si escucharlos hablar pavadas no molesta tanto, sentirlos pestilentes, sí.

Así como el viejo intimidó mi intención de respirar por la nariz, un mocoso unos asientos más adelante, se hizo amigo de mis ganas de adosarle un cierre relámpago a la geta. No podía parar de generar sonidos guturales. ¡Estaba completamente loco el pendejito!
Durante buena parte del trayecto no me costó mucho trabajo ignorarlo, pero llegado el momento se hizo insoportable. Me compadecí de un pobre tipo que tenía que aguantarlo a su lado, hasta que se bajó y tocando la vereda lo vi festejar como si hubiera visto el mejor gol de la historia. Evidentemente le tenía los huevos llenos.

A poco de esto, la viejita que ocupó su lugar, festejaba cada pedo que el guacho exultaba. Lo miraba y le sonreía. ¡Qué carajos! El pibito estaba en su salsa. La cara demoníaca al generar cada estruendo vocal era lo que me provocaba todos los sentimientos encontrados juntos... Disfrutaba su perversión. Sabía que tenía el control. No más de cinco años para el mocoso que ya dominaba el mundo.


Mi odio hacia sus gúturos fue su maldición: no sólo que bajó a upa de la hipoacúsica madre que lo parió, en el mismo lugar que yo, sino que entró en mi portal. ¿Nuevo vecino? Santa virgen de los sordos... Esas voces del silencio. Él no podía parar.

Seguramente tuvo mucho que ver en que no pudiera entrar a mi casa. La cerradura estaba rota. Sólo faltaba que me sonriera.

Going to switch the lights on.

jueves

No todas las historias se escriben solas. Menos la del hombre. Que para algo aprendió a evolucionar hasta la imprenta. Y a partir de ahi la cagó...

El resto es humo. O la venta de él. Que puede ser en vistosos envases, o en meros pitillos baratos. No importa el acceso. Sabés que nadie va a escribir por vos. Y menos contar qué onda.
Porque cuando te ven callado, preguntan qué pasa. Y cuando te oyen hablar, sin decir demasiado, molestás. O no sos oportuno. Porque chupa huevos la premisa del 'callar a tiempo'.

La haraganería puede más que todos. Así que no vas a ser ni juez, ni abogado del diablo, o de los santos. Si habrá que abrir la boca, será por vos. Y ya.

Bodhisattva.

domingo

Todos los manuales para esconderse. Todas las razones para huir. Esas respuestas que no va a dar. Todo parece cuadrar.
No quiere hablar de un 'ella', porque no quiere identificar a nadie que no lo merece. Porque perdió su tren, porque el boleto no sacó, o porque el espejo se rompió.

Prefiere bostezar. Sabiendo que, aunque escasean las ocurrencias y las inoportunidades, el camino sigue delante de los ojos, y no detrás de la memoria. El significado lo es todo, aunque no cueste nada.

Cableando ideas en el trabajo recuerda salir de la estación del subte escuchando el mismo tema y cruzando la calle sin mirar. Un poco concentrado en dar el paso con el beat, y otro poco pensando si la sombra atrás de la puerta era una mancha más en la oscuridad.
Por más que suene tan personal que ni se entienda. No son palabras al azar. Ninguna de ellas.
O al menos eso dice al escupir sangre después de cada paliza.

Sobre las hojas III.

jueves

A veces la prudencia lleva al silencio. Aunque los ojos claudiquen ante los ojos. Las hojas siguen secas. Y así se van a quedar. YA SÉ, YA VÍ.

Sobre las hojas II.

domingo

Todos parecen haber entendido que este banco, después de las catorce, es mío. Llegué a ver tipos que se levantaban y se iban a los asientos vecinos al sentirme venir. Caminando, o danzando. Algunos hasta con una mirada cálida ceden un lugar que es suyo, no mío. Pero que se ubica en mi lugar predilecto en la plaza. Donde necesito mirar mis manos al decir algo, y mirar a mi alrededor cuando escucho todo. Siempre y cuando, no lea nada.

Porque cuando estoy con los ojos ocupados, en algo que no sean sus ojos, reviso una a una las páginas que, a veces, me vuela el viento. Es entonces cuando el único sonido es el de las hojas ir, e ir, e ir. Y en pocas ocasiones volver.

Manuales de la recuperación. Analizando bien la herida para saber dónde arrojar la sal. Y entendiendo que son sólo títulos, los que gritan al azar.

Sobre las hojas.

viernes

Aunque no caían, estaban. Y cuando caían, hechas montón, una nena de cinco años saltaba sobre ellas. La madre puso en sus pies unas botas de lluvia previniendo la tormenta, y un gorrito con forma de paraguas que no se condecía con la remera que la nena tenía, ya que se había quitado la campera.

Lo que le atraía de ellas era la crocancia del sonar. El pequeño tronido individual que orquestaba operetas colectivas, le llenaba los ojos de lágrimas a las dos. Nunca supe porqué.

Antes, las veía pasar todos los días mirando hacia la copa de los árboles. Estudiaban el color de las hojas. Si estaban, o no, prontas a caerse. Y fue entrado el otoño que lo hicieron. El humo que nos tapó, fue el que ayudó al marchite.
Luego, el tiempo hizo lo suyo.

Su mejor aliado fue siempre el tipo que pasaba con la sopladora. Armaba los montones y los dejaba acomodados por un rato. Ella venía, jugaba, y se iba dándole las gracias con una sonrisa bien grande.
Él se acercaba, siempre arqueando la espalda como señal de cansancio y de años, devolvía el gesto con los ojos, cazaba el rastrillo y las metía en las bolsas.

Misión cumplida: la enana contenta, y la plaza limpia.

Notre-damn.

martes

Es lo que pasa. Lo que nos vela. Todo a nuestro alrededor... Todos hablan. Todos lloran. Todos nadie.
Aunque empiece por el final, y termine donde arranqué. Sin vueltas. O con ellas. No digo nada.

Politizándome. Algo que odio. Como los que quieren escribir la historia. Contando su parte. Botoneándose entre ellos, y ahora dándose la mano. Repartiéndose. Habiendo desahuciado. Se morfan lo que sacan y lo esconden en los bigotes. Acá, o en todos lados.
La pelea con el falso socialismo de derecha es una pantomima. Son amantes. Histéricos post-coitales.

Sensible a lo que pasa, pierdo la elocuencia. Y mis espacios la vigencia.

Pareciera que debo volver a la ávidez por las hojas de tapa dura. Nuevo Récord. Pero no...
Me voy a leer a los que hablan de los Mockers. Otros giles.

Esta es la alarma TODO ESTÁ BIEN. Sonará cada tres segundos...
Pero se descompone fácilmente.

En améliorant.

domingo

De pronto, olor a menstruación. De sangrías y de excites. Sí, un poco fuerte. La imágen y el olor.
No diré más al respecto. (puaj)
Los Kinks acompañan la tarde de sol y de un poco de frío. Salir con la vicuña a la mañana fue transpirar a la tarde. Pienso que a veces pienso. Y pienso en las veces en las que no pensé.

Me levanté muy mal. Pasado de hora, a las corridas y con el mismo nervio con el que me acosté. La pelea se puso física y, entre el recuerdo de su llanto fuerte y cara hecha fueye, se me destruyeron los órganos. Dolió todo. La sensación es la del arrugue. Marchitación inmediata, rápida. Salteo de fotogramas.
La espalda, el abdomen, los brazos y los ojos duelen. Sigo pensando en cambiar el colchón. O no.

Toso. Leches.

miércoles

La suerte es caer del lado izquierdo del azar

Algunas cuestiones son relvelaciones. No parecieran serlo de movida, pero otra explicación no les encontrás.
Porque de pronto, después de haber tenido un día de irresponsabilidades, te das cuenta que lo que era una "gripe", es una GRIPE. Todos los dolores de cabeza te convierten en una gran falacia seciosa y atiborrada de unos mocos incontrolables. Pensás en todo lo que viene pasando y en qué tipo de medidas cautelares tomar, o si las medidas, que no son las de vodka, tienen que ser decretos de necesidad y urgencia. Con acción.

No entendés cómo carajo una casa puede ser tan fría y qué cazzo pasa con tus pies que a pesar de que hayan aumentado la temperatura en toda la ciudad, sigan gelándose (sí, 'gelándose') como si tu ubicación fuera mucho más austral.
Dicen de las defensas bajas... pero los únicos bajos que tenés defendidos son los govelinos cuando olés a hurto en el ambiente. Sobre todo el izquierdo es el que más protegés...

Pero la cabeza sigue doliendo, y las neuronas siguen sin funcionar como debieran. Todo resulta un escape a la epifanía del deber que no estás cumpliendo y de pronto la mecanización de las palabras te llevan a admirar cómo mierda es que hacés para volverte un ser tan irresponsable que sabe cuándo toca fondo...

Te acordás de las fotos que no tenían y que de pronto, te enteraste que la única que había tangibilizada en un film común y corriente, fue destruída, junto con otra que no tiene valor alguno. Y que todo ese deseo anterior de hacer cuadrito la mentira, se desvaneció al momento en el que esos pedazos de papel ilustración fueron a parar al tacho. Vaya paradoja. Porque ahora hay otro montón de objetos que ves cómo se van en el camión de la basura cuando te diste cuenta que estaban por ser las ocho y que si no bajabas corriendo las escaleras los monchos iban a pasar sin llevarse tus porquerías. Y como iniciaste tu travesía en patas y con ropa de entrecasa ves cómo esa puta gripe crece más y más hasta que se te tapan los oídos después de un estornudo que contagió hasta al mismísimo dios!

Aaah... Los quehaceres. Qué lindos haceres.

Zapatos rotos.

lunes

Es increíble lo que hace el frío conmigo. Estoy obligado a ponerme prendas y prendas de ropa una sobre otras buscando una temperatura que me aleje de los témpanos. Y así y todo en algunos lugares siento frío.
INSERTE PÁRRAFO PUTEADOR AQUÍ.
Recurrir al nylon como aislante no lo recomiendo. Carajo si es contradictorio que me hace conductor. Todo lo que toco, tiene un rayito'. Puedo levantar bolsas a distancia. Parece magia. Soy un puto 'Wizard of Oz' que con sus descargas anda haciendo cagadas unas tras otras.
GRACIAS.
Achinar todo el tiempo la mirada para zafar del vientito gélido hace que me duelan los ojos. Tengo que recurrir a métodos impensados para poder calentar mis pies y mis manos. Manos que normalmente, y a pesar del tiempo, están cálidas. Antigua excusa para generar empatía...
Pieles resecas que caen todo el tiempo. Rascarme es descascararme. Como la caspa del cuerpo.

Hasta la nueva costumbre de bañarme todos los días es un problema. La poca presión de agua hace insoportable la sola idea de sacarme la ropa para sacarme la mugre. Se me ocurre un '¡ni en pedo!', pero no quiero ser grosero en la transmisión de la idea.
Termino por extrañar esa ducha. Donde solo, o mal acompañado, podía contar con el hervor más potente y la más alejada sensación de frío que podía imaginar, aunque fueran tiempos de calor.

No cambia nada estar un poco sucio. Me voy a dormir como vengo. Vengo a escribir y me voy.

Bourgeon.

viernes

Dormir ocho horas a veces no es imposible. Sólo hay que saber acomodarse.
Igual que cuando uno se acostumbra a ciertos olores, llegando al punto de no reconocer el disfrute, del padecimiento. Pedos que saben a huevo. Fumatas curiosas.

Paredes de cabotaje. Mirás alrededor y sabés que no es el lugar donde tenés que estar. O por lo menos no donde necesitás.
Búsqueda de un nuevo espacio. Pulcro de algunas mugres. Aunque todo lo que brille sea por un reflejo.
El sueño puede ayudar.


- Adivinanza: no es psicótico, pero crece. -

Semanas apositadas.

martes

Serán días duros, donde mejor olvidar. O eso me sugiere Coltrane.
Algunas actividades seguirán siendo mundanas. Y pareciera que todo pasa por el dilema de 'nérpola o no nérpola'.
A pesar de eso hay ciertos nombres propios que me gustan. Por lo menos mientras siga jugando con idealizar la belleza sustantiva a la par de la descriptiva.

Pero me desconcentra la mochez de un dedo que no termina de sanar (si tuviera ART, je!)... Manos, manos, manos. Una sobre la otra. Esperando. Jugando bicicleta de pulgares. Sin necesidad de que la música suene más fuerte.

Dedos locos.
Cuando cura uno, cae el otro.

Orejas rojas.

sábado

Miré en el espejo y era todo rojo. Primer plano del espiral que ardía.

Dice la leyenda que dependen, temperatura y color, de las lenguas vivas que vienen y que van. Expedicionarias del nosequé, caminantes agarradas de la mano y juguetonas, como si fueran una.

Pero a pesar del largo de sus bífidas, no reptan. O eso necesita mi credulidad.

¡Barón de la Santa Gomería, no blasfemes vuestro emparche!

Olor a gato.

miércoles

No quiere dormir. Lo piensa, y lo que no quiere es estar en su cama. Al menos hasta que tome temperatura.
Antes de acostarse puede qudarse horas mirándola con el entredientes grito de "mentiras!". Y hasta gasta el tiempo en figurarse el eco del humano del que se habla, que en realidad grita, y tras dos beats queda en silencio.
Puede pensar todas esas boludeces. Siempre y cuando no implique estar horizontal.

Dice sentirle, a la pared, cómo las sábanas, y hasta la funda de la almohada, están húmedas cuando llega después de las doce. Húmedas. No frías. Y le explica al adobe, con todas las palabras que maneja en su diccionario personal, que la lógica que encuentra con todo esto es la de un llanto de su cama por la poca habitabilidad de la que goza.
La pared le responde que incluso ella siente un palpe similar. Que, naturalmente, se manifiesta en las manchas del techo, y que a pesar del tratamiento con yeso y otras historietas, nada cambia. La pared le dice que la humedad se irá metiendo también en la alfombra roja. Que ya manifiesta (juerga de cacahuates) rasgaduras y chichones. Pero que tampoco da indicios de un cambio en su actitud irreverente, falta de respeto a la estética.

Le lloran la cama y las paredes, y se le deshilacha el suelo.

Suena el teléfono y un científico, licenciado en boludeces, le explica que no tiene más qué pensar. Dice, con su impronta tardía, que debe dejar de bostezar así los ojos no segregan más lija mojada de plomo...

Y él preocupado por no pasar frío cuando duerme.

En dos horas.

lunes

Algunos lugares siempre te llaman. Apelan. Y escapar es el suicidio del otro. Así que accedés.
Para algunos más fácil, para otros más difícil. El pasado siempre te rodea, de todo'lo'wine'.

Los ritmos cambian. Las arritmias pasan. Y no se puede parar. Aunque algunas palabras te hagan nudos en los ojos, la garganta, el pecho y el diafragma (a la vez). Y una gota caiga de mero sueño haciéndote preguntar un par de cosas. - Porque cada vez que te acostás, girás, acomodás, estirás y bostezás: sale una, o salen varias. O salen todas. Cada puta noche. -
Y si hablás desde el dolor, es porque duele, no porque guste. O porque sirva a un relato que no está ni cerca de construir sentido. ¡La mierda siempre pasó por acá!

Es que la picardía jiji-funk está OFF cuando se te prenden las inconciencias y el corazón hace fiiiiuuuuu... Y se apaga también. O intermita. O se te cague encima habiendo visto pasar el tren otra vez. Pero ves que sigue sin hacer o una cosa o la otra. Hace varias a la vez y mal.

Pensás, pensás, pensás, y seguís pensando. Y cuando dejás de pensar: ¡Pensás!
¡Carajo! ¡esto no pasa más!
Y... No.

Porque de chiquito aprendiste que un clavo saca al otro. Y puf! santa magia. Al carajo las tristezas y de momento las depresiones jamás llegaban porque ya estabas envainándote en otra historieta. En otra vida. Que te ayudaba a no pensar en la tuya. Y así. Entonces, como el clavito no aparece, hay cosas que no desaparecen.
O sí. O amaguen. O te encuentres criticando el descarte de la vingt-neuf que está pasando por una bastante similar, pero con distinta predisposición (y menos tiempo -biológico-).

Pero hay cuestiones que no se recuperan. Simplemente quedás entre temblores y un poco de frío. Porque te acordás que hacía frío en algunos momentos. Que eran cagaso, pero era lindo. Y no te molesta tiritar mientras signifique lo que significa. Aunque las orejas estén coloradas cada vez que te llegan las bostitas donde las colitas dicen el mal.

Duele. Y-va-a-seguir-doliendo. Hasta que el martillo ayude al marulo.

CALCULO QUE CON ESTO ALCANZA.. O, ¿DE QUIÉN HABLABA YO?.

Libertad.

domingo

Ya no hay ni brumas (se secó). Así escribí tu nombre. Aquel día me sentí volver.
Salté al vacío,
fui hasta tu pared. Si fue dulce el momento, mariposas de papel.
Voy a pedirte: soltá tu luz. Dejame verte porque no sé quién soy…

Cuál fue tu nombre no entendí, a oscuras mis palabras ya no tienen donde ir.
Fuimos tan tristes, tan predecibles. Si fue cruel el momento, no supimos dónde ir.

Volé hasta tus alturas (mi riesgo fue vulgar), el aire que me dabas. Tu nueva libertad.
Si fue cruel el momento, no supimos dónde ir.
H.G.

In a sentimental mood

martes

Recién se levanta y son como las dos. El día acaba de empezar.
Hizo toda su rutina del despertar cuatro horas antes de lo que lo viene haciendo, y sabe que tiene cuatro horas menos.

El tiempo no le es extraño en cuanto a su numeración, pero sí los ruidos que de pronto aparecen uno tras otro. Todo lo que puede ver, en el reflejo tenue de la pantalla son los brazos ayudándolo a estirarse, y cuán corto es el pantalón del pijama que usó para los quirófanos. Nada más.

Fuera de eso y las obligaciones: Plaza San Martín. El pelo un poco largo, pero peinado, y la cara afeitada. Como queriendo comenzar una nueva semana lo mejor posible. Aunque el habitual paseo de las catorce haya sido invadido por el olor a mierda que sale del corral de perros. Porque hoy le tocó leer sentado ahí. Porque es donde terminó el paseo. Y donde había lugar para dos.

Él recuerda que la mejor forma de romper una uña a la noche es con el talco de la mañana.

Dans l'eau.

domingo

Pensé en eso de jugar a estar en la piel de los demás. Cómo serían las otras miradas desde adentro. Y decidí que la mejor forma de oficializar el paseo era estando en el agua.
Enjuagué lo que ya ni se podía lavar, y miré. Busqué construir sentido desde algo que había pasado hacía ya algunos días. Y no pude. Me quedaba el mero recuerdo, medio mundano, de lo que en aquel momento había resultado brillante.

Hoy es otra cosa. El roce de la mediocridad. Propia y ajena. El robar constantemente. El ser robado hasta en viñetas. Volver a fuentes que sentan bases sólidas, pero de hace veinte años. Que no hacen nada con estos veinte años.

Todo ronda la pérdida de tiempo. O la mala administración del tiempo. ¿Es cuestión de tiempo?

What if this is as good as it gets?


Ffffffff... Ay la tristeza, la tristeza.
O: Ay la depresión, la depresión.

Algunas reacciones son como jugar al tetris con las neuronas: se acomodan los pensamientos hasta armar una línea coherente (o no, depende de la i-lógica de cada uno) y conseguir que la pila de cuestiones irremediables no desbarranquen. Como acomodar fotografías que vayan generando una sensación, o un clima, en una muestra de arte. O musicalizar una media hora y poder pasar de The Detroir Cobras a Tito Puente en menos de diez temas.
- Y así correrían los ejemplos, hasta que me cansé de enumerar boludeces. -

Basta de sacarme mocos. Me pego en el baño con un poco de agua y vengo.

ESO DE "PEGARME UN BAÑO", NO ME CABE.

Otra vez ayer.

viernes

Sintió que frotar sus ojos era parte de un síntoma del síndrome de Tourette. Por eso se puso de pie intentando estirarse. Queriendo crecer algún centímetro. Y así tomar distancia de lo que tenía a su altura para probar el gusto de cambiar la perspectiva... Pero no lo conformó. Nada lo hizo, y creyó que nada iba a hacerlo.
Prefirió sentirse cómodo con ese pensamiento y caer en cuenta de su verdadero conformismo.

Azotado por la pequeña dosis de Revelación Personal ACME emprendió camino a algún punto de su casa.
Cerró los ojos y puso en funcionamiento su memoria física. Sabía exactamente por dónde y hacia dónde iba. No golpeó su inhumanidad contra ningún objeto más que con la realidad que indicaba cuán arraigado estaba. Y eso lo asustó.
Pensó en cómo cazzo podía ser posible que un Cristo se movilizara sin sentir contacto más que con el suelo y llegar a creer que nada había a su alrededor.

Así, bajo el marco de una de las puertas, se quedó en silencio y con los ojos cerrados. Quiso mantenerse de ese modo hasta perder la noción del tiempo, y con algo de fortuna, conseguir deshacerse también de la de espacio.
Nunca supo cuánto tiempo pasó en términos de realidad universal (?). Pero cuando despertó del sueño vertical donde no durmió, sino que voló como en las películas del descanso, se encontró frente al espejo.
Y a pesar de la luz apagada se vio tal cual era.

Desde entonces en su encierro de paredes, las luces encendidas son una invitación a salir.

Le chaos.

jueves

Los malabares por mantener una y cada una de las pelotitas que giran en el aire, y conservan algún sentido de cualquier tipo de realidad, se desploman en la suerte de un equipaje.
Saber de lágrimas asesinas que no paran de brotar y de una historia que se consume a cada respiro, acaba por ser agotador. La cabeza no para; Inhala... Vatodoeltiempopensandocómocarajosalirdecadabardito. Exhala puteada (aún más larga y ocurrente).

A veces no se puede parar.

Acostumbrado a los zapatos.

martes

Sigo pensando en el sol completamente negro, y todo lo que eso significa. Pienso en si debiera contar o no algunas cosas que están pasando. Pero sé de golondrinas...

Pienso.
Hay un montón de instancias que todavía no estancian. Ñak, ñak... ffffffffb! voló la uña. La pila ya es perfecta. Una esfinge de cachos de calcio desperdiciados en el crecimiento de una herramienta poco útil.


Daré vueltas y vueltas. Cero sentido. Pila de libros y pila de discos. Mucho sueño... Bah, obligaciones con descansares para bien-en-to-nar cantares, que mañana serán aire. Gratis. Inmediato. Eficaz. Con interferencia en algunos lugares... Pero aire.

Son gestos adustos. En frases hechas.
Sé que a veces es perfecta. Aunque construcciones tales no pueden ser desatadas. Tienen doble nudo.

Até a queda.

jueves

Un metro y medio desde la pantalla hasta mi cama. Tal vez menos. Una alfombra roja agrietada que cuando no vuela, está en el piso. Un colchón alto. Una silla con ruedas. Vieja, rechinante, en un cuarto frío. Como una ex novia.
Me recuesto. Mantengo mis piernas como si estuviera sentado normal. Pero el tronco crece y es un pedazo de fideo estirado y ágil. Rechinante y hacia atrás. Con mi cuerpo erguido, el tatuaje de mi espalda, estaría donde ahora está mi frente. Que mira dada vuelta la cara de Jim Morrison.

El experimento sigue. Y buscando más comodidad. Mi punto más alto elige la cama. Las piernas se extienden. La cabeza reposa. Así, media hora. Hora y media. Cuerpo en llanura casi total.
La música se acaba. Y tamibén la estupidez de meter casi un metro ochenta en metro cincuenta. Hasta caer.
A veces también hago trampa.

Some jazz requires... II

miércoles

Pensaba en tener algo qué decir (desear). Pensaba en alguna palabra monocromática que nunca vio la pantalla. Pensaba en lo que tengo que hacer. Y no quiero.
Pensaba en Nina. Y lo bien que hace al cantar. No sé si debiera dedicarse a otra cosa. Aunque si quiere seguir pasando a salar la herida en la feta de mi dedo... En las mariposas. Las que alguien tiene tatuadas y las que alguien me muestra en un booklet.

La foto es perfecta. El fondo es negro natural, iluminado por un sol que pega de atrás y le enciende los hombros. El pelo es largo, pero batido de algún modo que no le cubre más allá de las orejas. Y el rulo múltiple del flequillo plural le tapa un ojo. Que de lejos parece miel. Y que mira de costado. Como por sentarse.
Las líneas son finas. Justas medidas en cada tramo. La foto es perfecta.

Es tan fácil.

martes

Concreción.

Momentos incómodos, que no son. La búsqueda para una explicación con fecha de vencimiento. Y una teoría sobre la evolución que no proespera con algunas naturalezas (que apestan).

El estanque.

Por algo las aguas quedan siempre ahí. Y el calor las hace caldo. A su suelo, fango.
Como entendimiento que no es, por cosas que no fueron, ni volvieron a ser.

Una imagen.

Como broma al elemento del sistema. Que persiste en el medio a fuerza ofrecer la puerta de su matriz al postor de ocasión. De simple putón que en el barrio es canción.

Corrección.

Pensamiento lateral. Acertijo ascendente. Respuesta en el bajo vientre: debería rascar mi izquierdo cuando sé que piensa en su derecho.

Una historia.

domingo

Creo que la primera vez que escuché la invitación bienvenida al tren fue cuando tenía cinco o seis años. Era la primera vez que me calzaba que tenía como intención taparme las orejas, pero hacerme oir algo que venía con concepto de secreto. Pero con unas que sabían todos. Fue tremendo.
Le había quitado a uno de mis hermanos el aparatejo ese que me resultaba raro y que adentro tenía un rectángulo con una cinta adentro que me decía cosas que no entendía, pero que me parecían muy cómodas de sentir.
Estaba esperando con mis viejos y dos de mis hermanos en migraciones. En el boleto decía Federico, en lugar de Rodrigo, y Pablo, en lugar de Ezequiel. Lo mismo había pasado con José Gonzalo, que sólo se llamaba José... Al menos por ese viaje. Creo que también había una historia así con mi vieja con su pasaje. Pero ya tanto no me acuerdo.
Fue en el viejo puerto de Buenos Aires. Ese que hoy casi ni existe ya. Donde Córdoba es doble mano y el camino se hizo difuso en mi memoria que ya no sé qué hay en su lugar... Ferrylineas y Aliscafos.

La ruta marítima que sorteaba al río menos profundo del mundo debe haber llevado no más de cuatro horas. Pero para mí había sido eterno... Como si en el camino me hubieran contado el principio de la historia de una vida.
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