Buenos Aires, histeria.

miércoles

Que la métrica no conforma. Que la rima es asonante. Que las quejas son constantes. Que si escribo es porque le duele. Que si le leo en voz alta, alardeo. Que si le corrijo a algún gil sus palabras zosas, soy un ciruela. Que si me callo, que no le digo (cuando le hago).

El árbol de enfrente de mi ventana parece un gran helecho de chalas meneándose al viento. Y no es alucinación. Hay tres meniques guardados. Y justo el viento merma, y la mecha de mi flahsfoward se prende un poco más, como para la última seca.

Que los recuerdos no mienten. Que los presentes lo hicieron. Que las ausencias siempre vuelven. Que su nombre no es sólo el nombre (sino el estado de ánimo). Que cómo hago para escribir con los ojos cerrados. Que para dónde voy cuando no miro al cruzar la calle. Que por qué paso por la vereda de su puerta acompañado. Que si su epitafio tiene mi firma. Que si le lloro las flores (al pie del pozo vacío).

Tengo un libro abandonado hace dos meses que me cruzo en todas las vidrieras. Me llama para que lo termine de una vez, haga borrón y cuenta nueva y así quebrar otro lomo de las ediciones de bolsillo que sólo entran en el morral.

Se hizo tarde. Me fui.