‘Alguna vez la oferta le superó la demanda. Hoy están a la par.’
Es un gato que cuando menea el culo, no es de enojo, sino de regocijo. Como los perros. Ronronea cuando una de sus feligresas maullantes le anda cerca, y busca estremecer su espina dorsal como cuando se frota con la pata de una mesa… Y aunque tiene la visión nocturna clavada en unas orejas en especial, se relame la comisura del hocico cuando se encuentra con la minina del otro curte. Que cuando quiere lo rodea, le huele el balanceado y le toma el agua, hace gargaritas y guiña el ojo brillando en la oscuridad.
Gata de la otra vereda que se hace la boluda para no cagarse a arañones con la castrada de su esquina.
Como la que trepa las paredes de la casa de donde para a morfar, cagar y dormir. Él no lo sabe, pero es la misma que a la mañana es mimosona, lo acompaña a matar palomas, y le hace la segunda cuando se mata con algún michifús que le quiere copar la parada. Y que de noche, a pesar de la escalada en los ladrillos para poder verlo, le esconde la cola o la saca para poner distancia y pela alguna garra…
Cuando me siento a fumar algo mientras espero el bondi alguna noche, siempre los veo. Pareciera que a los gatos del barrio les pasa lo mismo que a nosotros. Aunque dándome el gusto de narrador, voy a decir que el gato se queda con las orejitas que cambian según la mañana o la noche, y que le hacen brotar ronquidos de comodidad, aunque alguna uña le marque el orgullo.