Prólogo.

jueves

Una de las imágenes más típicas y hasta estúpidas de los que escribimos tiene que ver con la descripción de cómo la cabeza dá vueltas y los pensamientos se vuelven confusos, inexactos, y paradójicamente inequívocos. Las mal llamadas ‘corazonadas’. Todo porque se siente venir de las entrañas, o de algún lugar muy adentro que parece bien lejano al ceso.

Hablar de lenguajes, metalenguajes, metayponga y todas esas boludeces sobre cómo el mareo se apodera de la sinapsis y contar cómo se morfa la mielina; hace que el hábito, la costumbre o el vicio de sentarme acá me repugne. Porque pasa que leo lo que escribí alguna vez y me doy asco. Aunque a veces me aplaudo de la repulsión que soy capaz de autogestionarme. Resulta realmente sorprendente.

Aunque otras veces pienso en el limbo. En el jardín y en las vidas que se acostaron a mi lado. Y todo vuelve a perder sentido. La patraña del mareo desaparece. Por más que el cerebro estalle y la frente queme, las imágenes estúpidas son lo único que se me ocurren.

Por ahí me siente a leer. O invente la letra de una canción metido adentro del ropero vacío que me mira como con la boca abierta, y con la gingivitis de la alfombra como lengua gigante que busca matar el hambre.

Una de las imágenes más típicas y hasta estúpidas de los que escribimos tiene que ver con la descripción de cómo la cabeza dá vueltas y los pensamientos se vuelven confusos, inexactos, y paradójicamente inequívocos…

Por todo este poco, me llamo al silencio.