Una historia.

domingo

Creo que la primera vez que escuché la invitación bienvenida al tren fue cuando tenía cinco o seis años. Era la primera vez que me calzaba que tenía como intención taparme las orejas, pero hacerme oir algo que venía con concepto de secreto. Pero con unas que sabían todos. Fue tremendo.
Le había quitado a uno de mis hermanos el aparatejo ese que me resultaba raro y que adentro tenía un rectángulo con una cinta adentro que me decía cosas que no entendía, pero que me parecían muy cómodas de sentir.
Estaba esperando con mis viejos y dos de mis hermanos en migraciones. En el boleto decía Federico, en lugar de Rodrigo, y Pablo, en lugar de Ezequiel. Lo mismo había pasado con José Gonzalo, que sólo se llamaba José... Al menos por ese viaje. Creo que también había una historia así con mi vieja con su pasaje. Pero ya tanto no me acuerdo.
Fue en el viejo puerto de Buenos Aires. Ese que hoy casi ni existe ya. Donde Córdoba es doble mano y el camino se hizo difuso en mi memoria que ya no sé qué hay en su lugar... Ferrylineas y Aliscafos.

La ruta marítima que sorteaba al río menos profundo del mundo debe haber llevado no más de cuatro horas. Pero para mí había sido eterno... Como si en el camino me hubieran contado el principio de la historia de una vida.
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