Olor a gato.

miércoles

No quiere dormir. Lo piensa, y lo que no quiere es estar en su cama. Al menos hasta que tome temperatura.
Antes de acostarse puede qudarse horas mirándola con el entredientes grito de "mentiras!". Y hasta gasta el tiempo en figurarse el eco del humano del que se habla, que en realidad grita, y tras dos beats queda en silencio.
Puede pensar todas esas boludeces. Siempre y cuando no implique estar horizontal.

Dice sentirle, a la pared, cómo las sábanas, y hasta la funda de la almohada, están húmedas cuando llega después de las doce. Húmedas. No frías. Y le explica al adobe, con todas las palabras que maneja en su diccionario personal, que la lógica que encuentra con todo esto es la de un llanto de su cama por la poca habitabilidad de la que goza.
La pared le responde que incluso ella siente un palpe similar. Que, naturalmente, se manifiesta en las manchas del techo, y que a pesar del tratamiento con yeso y otras historietas, nada cambia. La pared le dice que la humedad se irá metiendo también en la alfombra roja. Que ya manifiesta (juerga de cacahuates) rasgaduras y chichones. Pero que tampoco da indicios de un cambio en su actitud irreverente, falta de respeto a la estética.

Le lloran la cama y las paredes, y se le deshilacha el suelo.

Suena el teléfono y un científico, licenciado en boludeces, le explica que no tiene más qué pensar. Dice, con su impronta tardía, que debe dejar de bostezar así los ojos no segregan más lija mojada de plomo...

Y él preocupado por no pasar frío cuando duerme.