Sobre las hojas II.

domingo

Todos parecen haber entendido que este banco, después de las catorce, es mío. Llegué a ver tipos que se levantaban y se iban a los asientos vecinos al sentirme venir. Caminando, o danzando. Algunos hasta con una mirada cálida ceden un lugar que es suyo, no mío. Pero que se ubica en mi lugar predilecto en la plaza. Donde necesito mirar mis manos al decir algo, y mirar a mi alrededor cuando escucho todo. Siempre y cuando, no lea nada.

Porque cuando estoy con los ojos ocupados, en algo que no sean sus ojos, reviso una a una las páginas que, a veces, me vuela el viento. Es entonces cuando el único sonido es el de las hojas ir, e ir, e ir. Y en pocas ocasiones volver.

Manuales de la recuperación. Analizando bien la herida para saber dónde arrojar la sal. Y entendiendo que son sólo títulos, los que gritan al azar.