Editorial pedorra.

domingo

A veces tengo miedo que las preocupaciones me roben la poca impronta del cerebro. Porque desvelarme ya no es un hábito productivo sobre estas cuestiones. Sino que como tal, ha dejado de existir.
Me envejecen la mirada y los intereses. Supero la cantidad de pensamientos por segundo al número de renglones en el papel. Ya no suspiro si no es por cansancio, aunque no vea más que sus ojos.

Y no dejo de pensar en las oportunidades perdidas. En las veces que desvié el eje y el soporte claudicó. Cúmulo de situaciones donde el regalo es la caja de herramientas para ajustar los tornillos y armar los días que vienen.

Todo lo que no pasó para poder llegar hasta acá.
Como no comprar en el bondi esa lámpara de leer sujetada al libro, que hoy, de pura fiaca, no me dejaría anotar esto en la oscuridad del primer desvelo en mucho tiempo. Que huele más a epifanía, que a título personal.