Bossanova de Tacuarembó II.

lunes

Antes de cruzar la puerta del privado hice lo de siempre: lavarme las manos dos veces, mirarme al espejo para ver si sigo del otro lado y palparme los bolsillos para ver que nada haya caído al inodoro.

Las alpargatas me eran grandes, así que chancleteaba. Por eso me escuchó venir y volteó por sobre el hombro, como queriendo redimir el gesto mal-obsequiado antes. Y fue mejor así. El clavo de sus ojos en mi cara, y el seguimiento de mis pasos con su cabeza hasta mi mesa, fueron una secuencia digna de nosotros.

Así y todo acomodé mis anteojos y planté un suculento cartel de ‘mirá cómo me estoy haciendo el boludo’ mientras me sentaba a retomar la lectura. Aunque hubo un detalle que no pude dejar pasar: en el compendio de hojas, había otro separador, que no era mío. Y era bastante feo. Pero igual servía. Fue un instante donde yo me dí cuenta del cambio, pero mi cuerpo no lo manifestó ni mirando a su mesa o nada por el estilo. El enanito que descansa en mi hombro izquierdo me dijo que deje pasar unos minutos para levantar la vista. Y al terminar su frase en mi oído, el equeco saltó, apagó el sol y proyectó la frase 'de cortejo' en la pared de mi espalda.

Pero el deseo de concentrarme para hacer tiempo fue tan fuerte que cuando quise reaccionar, me había fumado el doble de lo leído hasta entonces. Un boludo en todo lo llano de su expresión. Levanté apurado la vista y el café estaba vacío. Los dos lo estaban. El cortado con mitad leche que descansaba al lado del florerito monoplaza de su mesa, y el resto del local.

La mesera tenía su humanidad tendida sobre sus brazos en la barra mirando por la ventana a la nada y cantando ‘Vivo sonhando’. Me puse de pie, disimulando el exabrupto, y me acerqué a ella con ánimos de pagar. Cada vez que miro mi billetera hay siempre la misma poca plata.
Le dí lo suyo y me agradeció con una de esas sonrisas amables de que abundaron siempre por acá. Sus rulos caoba alocados y los ojos claros fueron de las mejores postales que de seguro me lleve.

Volví a mi mesa, busqué mis cosas, y reparé en el separador ajeno.

‘Instrucciones para la pesca.- ella lo dejará morder su anzuelo y antes de comer, devolverá sus pedazos unidos al río, medio muerto y con el buche arruinado.’
Otro Mundo servida sin cuello. Gracias.

En el que era mío había unos garabatos dibujados en el reverso. De esos que me pintan cuando necesito un descanso de la concentración lectora consciente. Estaban buenos. Pensé que podrían ser para la escritora espasmódica un lindo recuerdo de un momento en un café, y que por ahí hasta podría contar algo en una de sus hojas. Aunque una vez, sea lo mismo que nunca.

Calcé el morral, los lentes, y salí. Quince pasos después, en uno de los banquitos de la vereda que daba al centro me senté. Con las manos vacías enlazadas y la estática posición que cruza las piernas e inclina la cabeza para el win que más pesa.

Bossanova de Tacuarembó I.

jueves

Entré porque me llamó la proyección de la luz del sol que de refilón entraba por la ventana acompañada de sillas de mimbre. Caminando un poco mis pies supieron llegar hasta ahí y me ordenaron detener el paso cuando el cráneo terminó de procesar lo que había visto para cuando estaba a la altura de la puerta. Así que me mandé.

El piso era colorado, como si fuera adobe derretido y hecho parquet. Era el patio de una casa hecho café. No sólo las sillas, sino también las mesas eran de mimbre con cómodos almohadones para las posaderas. El día acompañaba con cada guiño que tiraba.

No era cuestión de ingresar, sino de meterse. 'Entrar' era uno de esos términos medios que nunca me gustaron, así que me metí hasta el fondo. Y al pasar leí: '‘La llamaron ‘la historia más difícil de contar’. Aunque…’' Como no detuve el paso, no supe qué más decía, por el momento. Lo decía al papel una que estaba sentada escribiendo como si vomitara palabras. Pero entre la mesera y unos perros que se trenzaron afuera supieron distraerme lo suficiente como para que me olvide de ella cinco minutos.

Tenía pensado pasarme el rato ahí, así que arranqué con un poco de gaseosa transparente on the rocks. Lo suficientemente refrescante como para despejar el marulo y contemplar lo que se venía.

Cuando natura llamó, y dejé el libro de M.K. sobre la carpetita de la mesa, me acordé de la que escribía en espasmos. Y seguía igual. Parecía que a cada trazo conseguía una visa al respiro, y por ende, a seguir viviendo. Aunque fuera una vida de mierda escribir para poder respirar… Pero el yeite estaba en que en un segundo entendió que me había quedado mirándola entre algodones. Filó por sobre el pelo de la frente y ensayó la peor sonrisa de la historia. Incómoda y deshonesta. Sin maldad, pero con la clara visión estar siendo complaciente con lo que creía que yo quería ver de ella.
Hice como si nada, reaccioné y fui al baño. Y en él, me arrepentí de haber dejado el libro en la mesa…

S.O.S. Salud

martes

Theres a sign on the wall, but she wants to be sure, 'cos you know sometimes words have two meanings.

Vuelta a dormir en la cama enferma. O en el pedazo de resortes entelados que gusta de imitarlo. Es el año de los malestares. Enfermeras reales y patologías mundanas. Poliyas creciendo de las paredes. No sabe desde cuándo es alérgico, pero descubrió lo malo y peligroso de la polinización cruzada. Vaya arma de destrucción masiva.

Y en el medio somatizar. El bienestar claudica por patología o por orden de inconciencia. En descuidos o problemas.

Y en el otro medio (la parte del vaso llena), la epifanía del elogio. Porque de un dicho sin querer no sólo se puede lastimar. Es posible curar, aunque más no sea, el estado de ánimo.

‘Sos salud’. Es una pareja de palabras que a partir de ahora simbolizan uno de los sentires más genuinos de las relaciones humanas. Aunque no haya sido gestada con ese fin, ‘sos salud’ es decirle al otro que nos hace bien. Dejarle en claro que por más que los anticuerpos se caigan a pedazos, quien para uno es salud, mejora la calidad de vida con su sola presencia. O el solo, simple y tonto hecho de saber que del otro lado del hilo y la lata, está quién da oxígeno.

Habrá que agradecer a quién hilvanó semejante construcción. Porque nos regaló una variante más, y uno de los modos más profundos y curativos al ‘me hacés bien’ que canta alguno.

Los que saben dicen, que hay que prestar atención a los que se dice y dicen otros. Quizás se encuentre una nueva forma con palabras viejas de hacer sentir mejor los placeres eternos.