despega el avión, y sus átomos dejan el suelo una vez más. ya hace un par de semanas se alejaban de su lado para llegar a un nuevo mundo. viejo en términos cronológicos, pero intrigante y novedoso para los pocos años vividos. años que cargaron de misticismo a la habana con el correr de las lecturas y de las clases de historia.
parada de frente a la plaza no pensaba en otra cosa que no fuera volver. y le parecía increíble, mientras trataba de dormirse por la aerofobia, estar sentada en la ruta del retorno. había pasado poco tiempo desde una despedida impensada. con más lágrimas insensatas que otra cosa. en tiempos de corazones-en-la-mano.
pero tras el sueño del último beso ya estaba de regreso y veía a gran velocidad cómo pasaban una a una las líneas en el asfalto y así sentía que dejaba atrás una experiencia inolvidable.
saludó a sus seres queridos y entró a bañarse.
las sábanas caen al suelo, y una de sus pesadillas recurrentes de un salto escapa por la ventana. hace calor en la madrugada y hace fuerza por no olvidarse qué motivos tiene para despertar una vez más. pero ya no va a poder volver a dormirse. el resto de su noche va a estar dedicada a dar vueltas sin moverse de su lugar. tampoco sin pestañar. así es como va a amanecer con los ojos secos, recordando la cantidad de llanto el día de la partida. la caminata por liniers, solo. rechazando la invitación de un auto, y jugando un último partido de pool con un amigo que ya no es.
el día es un pasaje de horas sin recuerdos. llega el viejo que lo tira hasta el barrio. con las flores en la mano se acerca a la puerta y toca el timbre. la primer puerta se abre, y por la endija de la pequeña ventana del umbral de la vereda espía buscando su rostro del otro lado... recién la verá cinco minutos después, cuando salga de bañarse.