Volviendo a las aguafuertes.

miércoles

Toda la vida me dijeron (no sé quién) que para poder acomodar el afuera, hay que tener el terrenito interior bien limpito y prolijo. De orto (sí, orto) modo los yeites son cuesta´rriba y el Buen Puerto es tan lejano como la Tierra Prometida. Aunque la mayoría de las veces nos cagamos en eso.
Pero por más que pluralice y me haga el que mira todo desde afuera, quizás sea hora de meter un balancín en la historieta. Estando fané o no, es mi trabajo...

Y porque pasaron los días pude volver hasta acá. Me creí aires de escritor bolche, pero en realidad era el viento del río que me decía qué hacer. Ignorando el llamado de los siete locos y volviendo a las aguafuertes. Que todo lo que saben hacer es plagarme de esas cosas de las que pude prescindir y que viví sin inventarme una crónica debida, escapando a las obviedades y sacrificando papeletas en blanco en una pira que no prendió como corresponde.

Los asuntillos por la playa dieron como saldo largas caminatas (o sólo una), algunos cuentos decapitados por eventuales squaliformes con un poco de hambre... Generador de paspaduras y comidas nuevas. Vacación (va-canción) de temas repetidos y de intérpretes entre inagotables y de los que agotan. Incuestionable variedad de gusto que daba un poco de asco, cuando no, disgusto.
Catorce kilómetros por playa que se hacían dos por rutas manufacturadas por los treinta y tres. Y bailongos donde la gente sin swing no soportaba mi andar... Noches a la pesca que preferí como tardes de pesca, libro de Buk en mano y boya en mar. Tormenta de viento y olas rompiendo las rocas donde enarbolábamos el silencio (échate a dormir).
Intolerables granizos, malestares, pesadumbres, indesiciones y costumbres de otrora. Insoportables bonzo-feet que gimieron con previo aviso y minitas de Tacuarembó y Melo que pasaron por nuestros ojos y que son cuentro de otro cortejo.

Sub-viaje que acabó en el museo de todo rock y en el mercado de todo amor. Donde se cerró el círculo con visitas inesperadas que no despertaron al más muerto de los vivos (sé cómo viene esa mano, no te ilusiones). Y un regreso recuperando horas de sueño, evitando construir nuevas cagadas, y contemplando cielo, río, fuerza, y a ciento ochenta grados de los ojos que desaparecieron saludándome sin que me diera cuenta.

Los días que se vienen van a ser demoledores. Lo que tenga como tarea aclarar la vista, la nublará, y las asignaturas pendientes no se cumplirán. Ya todos (o al menos yo) conocemos esta historia.