...

sábado

A veces uno no sabe cómo lidiar con algunas pérdidas. Se queda perplejo sin saber cómo reaccionar mientras vé cómo en el entorno se vuelve oscuro y con un pantano lleno de lágrimas. No hay respuesta. Por dentro uno busca despeserarse para que el resto entienda cómo realmente se siente y cuántas patadas se quiere dar para aprender la lección, castigarse por el error y poder subsanar el daño en los demás, que parece no tener arreglo.

Lográs llorar cuando estás solo y nadie se entera. Y aún así no reparás nada. Porque sigue todo inerte, sin funciones, ni síntomas de querer volver a la normalidad...

Lo que más duele en realidad es el daño colateral. Sentir que por una negligencia tal dañás a otros, que sin que lo supieras compartían el mismo grado de cuidado e interés por eso que vos ya no tenés.
Y aunque repases cada movimiento que hiciste hasta llegar a la catástrofe nada cambia. Pinta gritar y pedirle ayuda a todo el mundo porque ésa desesperación que te invade no sabés cómo exteriorizarla y así salir adelante de este tipo de situaciones donde la adrenalina que te llena es agria, y te hace acordar a esos momentos que sentiste tan feos y tan dolorosos que sabés nunca se van a borrar de la retina de tu memoria.

El semblante está paralizado por horas y no se te cae un gesto.

Nada ayuda (y no la merecés de ningún tipo) y seriamente empezás a pensar que tanta negligencia resulta sospechosa. Que un descuido tal signifique tanto y provoque semejante grado de dolor...